Rafael Lozano-Hemmer: Signos e índices en NC-arte

Re-visión crítica:

NC-arte se define a sí mismo como un espacio cultural y educativo, caracterizado por el fuerte componente de investigación e interdisciplinariedad que busca promover a través de los proyectos artísticos que convoca. Es entonces el espacio indicado para recibir a Rafael Lozano-Hemmer, artista conceptual mexicano, en cuya trayectoria es evidente el riguroso trabajo investigativo en cuestión temática, espacial y tecnológica que le permiten explotar el principio de interactividad con el público. En esta exposición de 4 obras, que tienen como punto de partida el concepto de Biometría (medición y reconocimiento de características únicas en cada ser humano), el artista logra generar no sólo una experiencia bastante singular sino reflexiones acerca de, por ejemplo, la sistematización de la información supuestamente personal, la verdadera singularidad del rastro del individuo dentro de una gran colectividad, y la participación del público como motor de la obra, con todo y sus límites claramente delimitados.

Dentro de la exposición, ‘Almacén de Corazonadas’ será, sin duda, particularmente memorable para el público por su -en buena medida- abrumador efecto espacial, visual, sonoro y emocional.

Re-pensando:

La experiencia de visitar «Signos e índices” y la oportunidad particular de participar de un taller colectivo, abrió las puertas a reflexiones en un sentido más amplio que el de las obras mismas. En una primera aproximación, entrando al espacio con los ojos cerrados, me vi vulnerable por primera vez, me vi profundamente sensible ante el efecto del espacio y del sonido. Me acerqué a la obra desde un recuerdo al cual asociaba la experiencia de estar allí. Luego agudicé aún más mis sentidos para oír y entender que cada uno había hecho lo mismo, cada espectador ciego se había enfrentado a la obra y la había significado o por lo menos asociado.

Al abrir los ojos me deje sorprender primero por la luz, por los instantes de oscuridad, por el valioso silencio y el poderoso bullicio de las corazonadas (sin saber lo que eran aún). Fui testigo del descubrimiento y de la ansiedad por participar de la obra, de verse reflejados a tal escala.

Sin haber hecho ninguna reflexión hasta ese momento me sentí recelosa de participar de la máquina y aquí fue donde fui vulnerable por segunda vez, ante la duda.

La exposición en general me hizo querer dudar o me ayudo a cuestionar el concepto de interactividad en el arte, quise no dejarme cegar y abrumar por la experiencia. La obra de Lozano-Hemmer me hizo querer cuestionarme. Pensando entonces sobre la interactividad me di cuenta que el arte es en sí mismo interactivo, que tiene una naturaleza interactiva, que no depende en realidad de los nuevos medios. Hemos complicado (o ha evolucionado) nuestra relación con el arte (y la tecnología) haciendo que  nuestras expectativas estén en tener experiencias físicas, tangibles y por supuesto emocionantes. Hacemos indispensable la obviedad para poder pensar que el arte esta interactuando con nosotros, cuando en realidad, -y va mi primera conclusión, tal vez obvia, lenta o equivocada- al interpretar, al significar, pensar, resignificar, enfrentar una obra, se está interactuando con ella. Me conmueve la posibilidad de ver que el arte se pone en contacto con nosotros y nos ofrece una experiencia interactiva desde el momento en que pasa por nuestros sentidos y nosotros trasmutamos -como los alquimistas- lo que vemos en significados o intentos de significación. Esto me lleva a pensar también en la vulnerabilidad y desnudo en el que nos encontramos al enfrentar una obra de un artista sobre el cual no sabemos nada (como el caso de la mayoría de los que visitamos la NC por estos días). Volviendo a la duda y al desconocimiento, pensé en tantas ocasiones en las que una obra nos frustra, nos molesta en la incapacidad de entenderla, porque además sin entenderla creemos que «no podemos sentirla». Pensé en que el arte posiblemente interactue con nuestra alma misma y por eso la emocionalidad no es un factor que pueda simplemente desdeñar de una experiencia legítimamente interactiva.

Deduje también que mi interés por cuestionar venía de mi preferencia por la obras que me dieran algo en qué pensar, y por mi gusto por pensar y re-pensar, pero al tratar de no ser tan blanco/negro acepté que esta no era la única manera de interactuar con una obra. Recreé la emoción de las más de dos mil personas que habían participado de ‘Almacén de corazonadas’ y habían sobrevivido al momento de protagonismo y a la sensación de ser indispensables para el funcionamiento de esta. Pensé en lo profundamente interactivas que eran estas emociones por encima de la instrucción.

En este caso, mi factor de duda era si las obras promovían realmente un diálogo al estar tan explícitamente dirigidas y frustraran y censuraran automáticamente el intento de desobedecer la dirección indicada, pero dentro de este análisis entendí que el diálogo se mueve no sólo desde la participación sino desde la mirada activa. Es el espectador activo el que hace de la interactividad una característica trascendental de una obra.

El arte es entonces interactivo cuando plantea un reto y el espectador activo lo afronta como tal, cuando se deja vulnerar, y participa de cualquier manera. Por supuesto, el arte digital en este sentido cobra protagonismo al hacer evidente este aspecto y ponerlo -literalmente- en las manos del público, dándole la oportunidad de tener clara y tangibilizar su relación, diálogo y papel dentro de la obra.

El arte digital aprovecha los medios a su disposición para generar este tipo de conclusiones… u otras.

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